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"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos"   SURda

www.surda.se

 

 

29-06-2016

 

 

Mi papá, quien luchó en la Primera Guerra Mundial, habría votado por permanecer en la UE

Cientos de personas, sobre todo jóvenes, se manifestaron en Londres frente al Parlamento, en rechazo a los resultados del referendo del pasado jueves, cuando el electorado británico decidió salir de la Unión Europea. Mandatarios de países comunitarios, entre ellos la canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente de Francia, François Hollande, demandaron al primer ministro David Cameron comenzar las negociaciones para abandonar el bloque, durante una cumbre en Bruselas, en la que advirtieron que no tendrán un trato especial tras los resultados del Brexit Foto Afp

 

SURda

Gran Bretaña

Opinión

Robert Fisk


Bretaña, sea correcto o incorrecto . Papá solía decir esto para hacerme enojar. Nacido en 1899 y casado con una mujer mucho más joven –mi madre, Peggy, tenía sólo 25 años cuando se casó con Bill en 1945–, fue un soldado valiente durante la Gran Guerra, un contador público que trabajó duramente, un hombre que creía en pagar sus cuentas a tiempo, escrupulosamente fiel a su esposa y a sus amigos, pero podía ser discriminador, bravucón, racista escandaloso y enemigo, tarro de cerveza en mano, de la migración.

Mucho después de haberse jubilado como tesorero del distrito de Maidstone continuó trabajando como voluntario para el movimiento de Ahorro Nacional y de ahí regresaba desde Londres, a finales de los años 60, quejándose de que todos los que habían tomado el tren con él eran negros como el As de espadas .

Algo de esto era sólo para enfurecer a su hijo adolescente, precoz, arrogante y súper liberal de izquierda. A Bill le gustaba discutir conmigo, a grado tal que más tarde yo abandonaría a mi pobre mamá en Maidstone para regresar, furioso, a hacer mis reportajes en Belfast o Beirut, con la esperanza de no tener que ver a mi padre por muchos años.

Fui parcialmente educado en Dublín, pues obtuve un doctorado en política en la Universidad de Trinity, y mi padre conocía mi gran afecto por Irlanda. De manera que él sabía lo que estaba haciendo cuando me anunció un día que los irlandeses eran los únicos culpables de la hambruna que padecieron en el siglo XIX, por ser demasiado perezosos y ebrios para cultivar otra cosa que no fueran papas. Después de eso, no creo haber hablado con él durante más de una hora por el resto de mi vida. No fui a verlo cuando agonizaba en un asilo de Maidstone.

Yo era más europeo que inglés. Uno pensaría que en ese tiempo, Bill hubiera sido un partidario del Brexit de pies a cabeza. Mi gentil, considerada e infinitamente paciente mamá –quien se convirtió en juez municipal que siempre procuró clemencia para los acusados más pobres– literalmente se retorcía las manos de angustia cuando tenía que reparar una y otra vez la relación, dañada sin esperanza, entre su esposo e hijo.

Pobre Peggy. No merecía esto. Tampoco mi papá. He escrito anteriormente que poco después de la Primera Guerra Mundial el teniente segundo Bill Fisk, del regimiento real de Liverpool, rehusó comandar al pelotón de fusilamiento que iba a ejecutar a un soldado británico acusado de asesinato; una magnífica y valiente decisión que destruyó su carrera militar y fue, después me dí cuenta, el mejor acto de su vida.

El británico condenado era, de hecho, un australiano en el regimiento de Gran Bretaña. Fue fusilado por otros en el Havre, pero Bill siguió siendo un hombre honorable. Más tarde, sin embargo, se convirtió en defensor del castigo corporal y capital. Como miembro de un tribunal de valoración de rentas, lo recuerdo negando a una pareja una rebaja de los pagos de su vivienda en Maidstone, porque sospechaba que no estaban casados. ¿Fue la edad lo que provocó esta profunda crueldad? ¿O fue porque la crueldad del frente militar había penetrado su mente?

Bill odiaba a socialistas, a comunistas, a Bertrand Russell, a Hugh Gaitskell (por su carta de denuncia contra Suez) y, poco antes de morir, detestaba a cualquier político que no hubiera combatido en la Primera o Segunda Guerras Mundiales, con la excepción de Margaret Thatcher. Por supuesto su guerrero favorito era Winston Churchill, cuyo sombrío retrato colgó sobre la chimenea en nuestro comedor de Maidstone hasta la muerte de Bill, en 1992, a la grandiosa y avanzada edad de 93 años. Mi madre me preguntó si sería irrespetuoso quitar el retrato de Churchill y dije que no. Y el retrato se fue.

En estos días, después de la catástrofe por el Brexit, me he preguntado cómo hubieran votado Bill y Peggy, y lo que realmente pensaban de Europa, el continente que acabamos de abortar de nuestras vidas. ¿Qué hubieran pensado de los políticos británicos que nos llevaron, mediante su egoísmo y mentiras, a este punto muerto?

Bill juzgaba a los políticos de cualquier clase y partido según su apariencia. Él se hubiera percatado de inmediato del problema con Boris, Michael y Nigel. Al primero lo hubiera tachado de payaso, al segundo de inconfiable director de escuela pública y al tercero de vividor, palabra que mi padre usaba mucho y que por alguna razón le sienta bastante bien a Farage.

A Cameron lo hubiera aquilatado en un segundo, porque nunca confió en los publirrelacionistas. Tenía opiniones desfavorables de otros conservadores –en esto compartía el argumento con mi madre–, porque nunca confió en nadie cuyo cabello fuera tan largo que éste le cubriera el cuello de la camisa.

Puede ser que George Osborne hubiera escapado a su inmediata sospecha, pero imagino que Bill hubiera dudado de que su máxima de Bretaña, sea correcto o incorrecto , proviniera de la experiencia y conocimiento de la historia; más bien pensaría que se trataba de una frase hecha, sacada de la alacena, que sirvió al propósito del joven Osborne de escaparse de su mentira sobre el presupuesto de emergencia post Brexit.

Pero volvamos a 1914, cuando Bill trató de unirse al ejército británico antes de ser mayor de edad para poder irse con sus compañeros de escuela a combatir en Francia. Su madre –la abuela a quien jamás conocí– lo sacó a rastras de la oficina de reclutamiento de Preston, pero no logró impedir que se uniera al regimiento de Cheshire en 1916. Quería pelear por la pequeña y católica Bélgica, por Francia, cuya historia admiraba. A Napoleón, desde luego, pero también sentía profunda admiración por los poilus del ejército francés de la Primera Guerra Mundial.

Padraig Pearse cambió los planes de papá y fue enviado a Cork para disminuir al Sinn Fein después del levantamiento de 1916, lo cual lo salvó del primer día de la batalla de Somme, en el que murieron 20 mil soldados, entre ellos varios de sus compañeros de escuela. Aún conservo las postales de esos jóvenes, quienes lo apremiaban a unirse al frente.

En 1918, Bill fue enviado a Francia. Tengo otra postal de mi muy apuesto padre, con el rango de teniente segundo, recargado en una pared. Con su letra y en pluma fuente, escribió Arras, 1918 , en una esquina. Tomó fotos de las trincheras. En tierra, de nadie. Las cámaras, oficialmente, estaban prohibidas, pero quizá él tenía el instinto de reportero de su hijo aún no nacido. Siempre recordaba la liberación de Cambrai, al lado del ejército canadiense, y sus calles incendiadas. Existe evidencia filmada de este infierno. Bill debe haber conocido a algunos soldados que ahí aparecen, aunque hoy es imposible identificarlos.

Aún tengo el diccionario Inglés-Francés de Bill. Se quedó en Francia después de la guerra, y existe alguna evidencia de que hubo una joven francesa que lo pudo haber querido: un sobrero de paja de mujer en la esquina de una fotografía que muestra a Bill parado frente a una trinchera. Otra imagen distante de Bill y una mujer en el asiento trasero de un automóvil francés antiguo, dos boletos para las carreras de Longchamp en 1919.

A finales de los años 30, Peggy, de clase media e hija de la dueña de un café y de un panadero de Sussex, viajó a París con sus amigas adolescentes del colegio para niñas de Maidstone.

Hay fotografías de Peggy en el sexto arrondissement (barrio) parisino.

De manera muy disciplinada aprendió la extraordinaria lengua del Esperanto, intento del siglo XIX de construir una nueva forma de comunicación creada a partir de las raíces de los idiomas europeos. ¡La gente en Francia me entendía en Esperanto! , declaraba mi mamá, triunfal, cuando ya tenía yo edad de entender, si bien siempre creí que hubiera más sido más fácil para ella simplemente aprender francés. Conservaba postales de la Francia que habría de caer bajo el mandato nazi, además de guías de las exhibiciones de París.

Después de la Segunda Guerra Mundial, cuando Robert aún usaba pantalones cortos, Bill, el tesorero del distrito de Maidstone, se ofreció como voluntario para viajar a las ruinas del Reich para ayudar a los contadores alemanes de Hambugo a establecer una nueva autoridad. En los años siguientes insistió en que yo viajara con él y Peggy a Francia y Alemania para aprender la historia de Europa. Desde luego Bill me llevó a Somme, pero también al lugar de la batalla de Verdún de 1916. Mi madre captó, en película a color, imágenes de mi padre, y yo caminando entre las cruces francesas en el fuerte Douamont. Hay abundantes fotografías de Bill, Peggy y Robert en la selva Negra de Alemania, en Estrasburgo, en París.

Mamá y papá querían que yo fuera europeo y no sólo británico. ¿Qué otra razón tendrían para gastar tanto dinero en esas visitas, de moneda restringida, para visitar Francia, Alemania y Bélgica? ¿Por qué otra razón me habrían alentado, más tarde, a visitar solo las principales ciudades francesas y a viajar a Ámsterdam para conocer el arte de Rembrandt? Cierto, mi padre odió a los funcionarios de migración franceses que, mal encarados, nos sellaron los pasaportes en Bolougne, y sí, ¡esto es lo que puede esperarnos de nuevo tras el Brexit! Pero mi padre odió aún más a los funcionarios en la aduana de Dover, quienes olieron su culpa cuando él llegó a la estación portuaria con más cajas de cigarrillos Capstan de las que estaban permitidas. Las llevaba escondidas en sus pantalones, chaleco, chaqueta y hasta en su corbata del regimiento.

Para cruzar a Francia usábamos el viejo ferry Shepperton, del ferrocarril británico, que fue usado como transporte de mineros durante la Segunda Guerra Mundial. Mi madre solía recordar estos incómodos transportes cuando mis amigos y yo íbamos a visitarla a Kent, donde, atacada por el Parkinson, habría de morir en 1998.

Quería que le habláramos una y otra vez de las maravillas del tren Eurostar, de lo velozmente que éste símbolo de la Unión Europea iba de Folkstone a Calais. Nos preguntaba si el Gran Canal inglés podía verse desde el tren.

Heredé los libros de mi padre cuando murió y aún los tengo. Cientos de volúmenes acerca de las dos guerras mudiales, la biografía de Marlborough escrita por Churchill (y firmada por el autor), obras de historia británica y mi libro para niños titulado La historia de nuestra isla. También están las historias de zares, reyes franceses, la guerra de Sucesión española, la de los Cien Años y de la nueva Italia de Garibaldi, así como la oscura historia de Alemania y de la Rusia estalinista. Porque Bill también era un hijo de Europa.

Durante sus últimos años, Peggy y su hermana, mi tía Bibby (su verdadero nombre era Dorothy), se gastaron todos sus ahorros en viajes de una semana a Francia, España e Italia. Mi madre conoció Venecia, Roma y revisitó la Francia de su juventud. Me doy cuenta que ellas eran tan europeas como británicas. Mi padre también. Cuando mi francés mejoró, me escuchó hablarlo por teléfono y se enteró de que yo daba conferencias en París sobre Medio Oriente en francés, me expresó el placer que sentía de que su hijo hablara otra lengua europea.

Años antes, cuando yo aún estaba en la escuela, invitó al hijo del gerente de nuestro hotel en la ciudad francesa de Beauvais. Su nombre era Michel Moutier y perdí contacto con él hace mucho. Pero el chico nos visitó en Kent y mi papá insistía en que nos hablara en francés, en la mesa del desayuno, para que pudiéramos escucharlo en su lengua.

Al pasar los años me volví culpable de olvidar la visión y amplitud de mente de mi padre, cuando me alentaba a traer a mis amigos europeos y no británicos a nuestra casa en Maidstone, para que él y Peggy pudieran conocerlos.

Dudo que alguna vez se haya recuperado de su temor a lo desconocido, a lo externo, que se veía reflejado en sus comentarios racistas. En ocasiones usaba la palabra n****r, lo que me hacía desear que él no fuera nada mío, si bien siempre se cuidó de no usar esas expresiones viles delante de otros. Pero también fue un hombre de su tiempo y debo admitir que era un titán comparado con los enanos politicos, quienes por beneficio personal y ambición nos llevaron a la perdición del Brexit.

Mi padre hubiera dicho: Bretaña, correcto o incorrecto , pero también era contador y sabía lo que era incorrecto ; tanto él como Peggy hubieran votado por quedarnos en la UE.

Aunque hubiese desdeñado su música, Bill, como me señaló mi esposa, habría estado de acuerdo con Sting cuando en una canción describe a los políticos como conductores de programa de concurso .

Existen hombres que no pueden conocer la historia como mi padre la vivió. Y cuando Cameron habló de enjambres de refugiados en Calais, mi padre no lo hubiera comprendido. Él habría pensado en los enjambres de aviones alemanes Messerchmitts que volaban sobre Calais en 1940 para unirse a la flota de la Luftwaffe para bombardear Kent, la ciudad en que vivió, en la que se casó con mi madre y en la que nací en 1946. Él no olvidó las lecciones de la guerra.

Cuando volví a Maidstone a visitar a mi madre, tras la muerte de Bill, vi que éste había dejado sobre su escritorio una postal enmarcada; un retrato de él como un joven soldado. Bill y uno de sus camaradas montaban caballos del ejército británico en el frente de la Primera Guerra Mundial en Francia. Uno de los animales tenía el pelaje blanco sobre los cascos. Al reverso de la foto mi padre escribió: Yo, montado sobre Calcetines blancos en Hazebrouk .

Hazebrouk está en el flandes francés. Esta fue mi última visión de mi padre como soldado europeo.

© The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2016/06/29/opinion/028a1mun

 

Brexit : el naufragio del neoliberalismo

 

Alejandro Nadal

 

El señor David Cameron, primer ministro británico, se encuentra ya en Bruselas para reunirse con sus pares de la Unión Europea (UE). Es el encuentro para iniciar los trámites de un divorcio que se anuncia será largo y repleto de conflictos. Y si Cameron pensaba que podría contar con la simpatía de sus (ex)socios de la UE, que no se haga ilusiones.

Se inicia un proceso que por lo menos debe tomar dos años, comenzando con la activación del artículo 50 del Tratado de la Unión Europea sobre el retiro de un país de dicha unión. Las negociaciones tienen que ver con la multitud de tratados y arreglos actualmente en vigor y que deben ser revisados para definir el nuevo esquema de relaciones con la UE. Pero la señora Ángela Merkel ya marcó el derrotero el lunes con una fuerte declaración: no hay que engañarse sobre cómo serán las relaciones con la UE para un país que nos abandonó.

En realidad, sobre lo que sí no hay que hacerse ilusiones es en relación con los efectos sobre el capitalismo neoliberal. El castigo a las poblaciones del planeta seguirá mientras la gente no tome conciencia de quiénes son sus verdugos. Y si las izquierdas electorales no cumplen con su papel de educación política, pues el electorado seguirá pensando que las cosas van a mejorar si sólo se mantiene el mismo rumbo durante un poco más de tiempo. El resultado es que la guillotina del recorte fiscal y el látigo del castigo monetario se seguirán abatiendo sobre los pueblos del mundo. Y cada vez será necesaria más demagogia y más represión para mantener el orden neoliberal, como se puede ver desde Francia hasta Oaxaca.

Muchas son las explicaciones sobre el voto en el referendo que decidió la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Y serán muchos los efectos del Brexit. Pero una cosa es certera y es muy importante no perderla de vista: el veredicto del escrutinio es un fracaso rotundo del neoliberalismo.

La campaña en favor de la salida de la Unión Europea se hizo alrededor de varios ejes de propaganda engañosa. El primero fue el fantasma de la migración descontrolada como uno de los factores que estaban robando empleos . Aquí se manejaron mentiras que se cultivan en una composta de racismo y demagogia populista de derecha. Lo cierto es que el capitalismo inglés, bajo el régimen neoliberal impuesto desde la señora Thatcher, es el principal responsable de la crisis del capital en Inglaterra. Estancamiento, concentración del ingreso y un espectacular desequilibrio en las cuentas externas no son resultado del vínculo con la Unión Europea. Ese balance negativo es resultado directo del esquema neoliberal consolidado por Tony Blair y por David Cameron, un paquete de medidas de política económica que, entre otras cosas, condujo a la des-industrialización de la matriz productiva del Reino Unido.

El desequilibrio de las cuentas externas del Reino Unido se traduce en un saldo negativo en la balanza en cuenta corriente de la balanza de pagos equivalente a más de 7 por ciento del PIB. Y el Reino Unido debe financiar ese enorme déficit con flujos de capital del extranjero.

Para referencia, ese es el mismo nivel de saldo negativo en la cuenta corriente que tenía México cuando estalló la crisis de diciembre de 1994. Los medios de propaganda y los inútiles funcionarios del régimen presentaron la hecatombe como una crisis cambiaria. En realidad, era una crisis de todo el modelo neoliberal que ha sido incapaz de permitir crecimiento y que ha sido un castigo para el pueblo de México a lo largo de los años.

Hoy el dogmático ministro de finanzas de David Cameron, el señor George Osborne ya está haciendo un llamado para incrementar los impuestos y recortar el gasto. Según él eso es necesario para afrontar el shock del referendo. Vamos a demostrarle al mundo, dijo el funcionario, que el Reino Unido puede vivir sin exceder sus medios. En realidad es la misma receta del esquema neoliberal: mayor austeridad para que el capital financiero se sienta seguro y pueda seguir financiando el desastre de una economía rota y unas cuentas externas que van en picada. Lo que Osborne quiere evitar es que los flujos de capital se reviertan.

La incertidumbre ha llevado la libra esterlina a sufrir una fuerte devaluación, lo que algunos podrían pensar ayudaría a la competitividad externa del Reino Unido. Lo cierto es que ese efecto será reducido y temporal porque el déficit externo es estructural. Bienvenidos a la realidad: la única diferencia entre la Gran Bretaña y las repúblicas bananeras de las que antiguamente fue metrópoli es que Londres sigue siendo el principal centro del capital financiero del mundo.

Sí es cierto que el racismo y la demagogia jugaron un papel en el referendo, pero eso se produjo precisamente por el fracaso del capitalismo neoliberal. Brexit es la señal del naufragio de un esquema de acumulación que sólo puede mantener indicadores de mediocridad en su desempeño económico. A raíz de este referendo nadie podrá afirmar que el neoliberalismo y su globalización permiten mejorar el nivel de vida de la población.

Twitter: @anadaloficial

 

Brexit, una salida reaccionaria

 

SURda

Gran Bretaña

Opinión

Rolando Astarita


Algunos lectores del blog me consultaron acerca del triunfo del voto a favor de la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea. Lo central, en mi opinión, es que ha triunfado la opción más reaccionaria . Por supuesto, quedarse o salir de la UE son dos alternativas del capitalismo. Hoy, con un gobierno y un Estado capitalista, no existe ninguna posibilidad de que haya un “Remain” o un “Leave” por izquierda. Sin embargo, de las dos alternativas, la permanencia era la menos reaccionaria (o el mal menor, para utilizar una expresión tradicional en el reformismo). Era la menos reaccionaria porque tomaba distancia del nacionalismo extremo.

No hay manera de disimular el contenido reaccionario del resultado del referéndum británico. La campaña por Leave tuvo como eje el “primero Gran Bretaña”. Claramente, el triunfo de esta opción va a alentar la xenofobia, el nacionalismo y el rechazo a los inmigrantes . No es casual que la intención de voto a favor de la salida haya crecido en los últimos meses a medida que crecía la cuestión de la inmigración. Por eso, una de las promesas centrales del movimiento Leave es terminar con el libre movimiento de ciudadanos europeos, que permite la UE. El líder del derechista Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP), Nigel Farage, incluso ha dicho que no se debería permitir la permanencia de aquellos inmigrantes que viven en el país. Y los líderes del Leave (conservadores en su mayoría) sostienen que al dejar la UE Gran Bretaña retomará el control en áreas como la ley de empleo y seguridad e higiene laboral, algo que los capitales consideran favorable para sus negocios.

Tengamos presente también que el triunfo del Leave se inscribe en el ascenso de una peligrosa ola nacionalista y de derecha: en Austria, el Partido de la Libertad (FPÖ); en Alemania, Alternativa para Alemania (AfD); en Francia, el Frente Nacional; en Dinamarca, el Partido Popular; en Finlandia, los Verdaderos Fineses; en Suecia, los Demócratas de Suecia; en Holanda, el Partido por la Libertad (PVV); en Noruega, el Partido del Progreso; en Grecia, Amanecer Dorado. Todas estas fuerzas han registrado avances o se han consolidado de forma significativa en los últimos años. Agreguemos que en Polonia está en el gobierno Ley y Justicia, promoviendo medidas retrógradas y xenófobas. En Hungría la derecha nacionalista y xenófoba también está en el gobierno con la Unión Cívica, flanqueada por otra fuerza todavía más a la derecha. En Ucrania forma parte del gobierno el neonazi Partido de la Libertad. En Letonia, la Alianza Nacional. El ascenso de Donald Trump en EEUU también puede considerarse parte de este fenómeno. Y en Gran Bretaña el ya mencionado UKIP. Todas estas fuerzas promueven políticas nacionalistas y xenófobas como respuesta al estancamiento económico, a la desocupación, a las crecientes desigualdades sociales y a la falta de perspectivas de las masas trabajadoras. Una nueva demostración de que las crisis no generan mecánicamente conciencia anticapitalista o socialista. Es significativo que en localidades obreras, con tradición socialista, laborista o comunista, crezca el voto a partidos de la ultraderecha nacionalista.

En definitiva, es imposible encontrar algún elemento positivo en la salida de Gran Bretaña de la UE. Ni siquiera se puede sostener que haya algún rasgo de nacionalismo progresista, como se suele alegar con respecto a los nacionalismos en los países del tercer mundo. En Gran Bretaña estamos ante un nacionalismo de gran potencia . Oponerse a la internacionalización del capital desde el punto de vista de los intereses de la “gran nación” no tiene nada de progresivo.

La segunda cuestión a señalar es que esta retirada de la UE no va a revertir la tendencia a la internacionalización de la economía británica . El capitalismo no puede sobrevivir en los límites de las fronteras nacionales. El comercio anual de Gran Bretaña con la UE alcanza los 575.000 millones de dólares anuales. El 45% de las exportaciones británicas van al área europea. Esta es una presión objetiva para negociar alguna forma de relación similar a la que tiene Noruega o Suiza con la UE; o incluso algún acuerdo como el que negoció Europa con Canadá. Los políticos partidarios del Leave prometen, además, establecer nuevos acuerdos de libre comercio, entre ellos con China.

Sin embargo, las consecuencias de la salida de Gran Bretaña pueden ser graves. Las negociaciones por la forma en que conectará el capital británico con la UE, o el resto del mundo, estarán plagadas de tensiones. Y la economía de Gran Bretaña es la segunda mayor de Europa. Los mercados están reaccionando con fuertes caídas; las acciones europeas y las del Deutsche Bank se hundieron; capitales líquidos buscan refugio en los bonos del Tesoro de EEUU, o en el oro, como acostumbra ocurrir en las crisis agudas; y la libra tocó el nivel más bajo en 30 años. Además, en Escocia ganó la permanencia en la UE y en consecuencia las demandas por la independencia de Gran Bretaña pueden incrementarse. Dada la debilidad de la economía mundial, esta situación afectará a las inversiones globales y con ello contribuirá a la caída de la demanda. No se puede descartar incluso que este evento sea el disparador de una nueva recesión mundial.

Fuente: https://rolandoastarita.wordpress.com/2016/06/24/brexit-una-salida-reaccionaria/